LO GUAPO que me estoy poniendo a los 46 años, es que no me lo explico. Siempre he sido de una fealdad llamativa, feo de cojones, tanto que algunos de los momentos más desagradables que he sufrido desde que tengo conocimiento de mĂ mismo son los de encontrarme con un espejo de repente, de improviso, pues suele sucederme, cuando me encuentro con un espejo queriendo, que consigo defenderme de Ă©l hasta componer una postura un poco tolerable. Siempre me he considerado un endriago y la gente que me rodea, ya desde pequeño, tambiĂ©n ha ayudado lo suyo a fortalecer esta impresiĂłn, pues casi todos me subrayaban lo guapas que eran mis tres hermanas comparadas conmigo. Soy cheposo y desgarbado, tan desgarbado que parece que mis mĂşsculos y mis huesos estuvieran sueltos, sin soldar, a punto de echar a correr por su cuenta como la pata de palo de Espronceda; aparte padezco unos labios minĂşsculos y unas orejas salientes, con una nariz enorme rematada por unas fosas nasales enormes. Para completar el (pĂ©simo) cuadro está mi sonrisa: cada vez que sonrĂo, toda mi cara se mueve y compongo un retrato como de viejo pĂcaro o avaro, una especie de ThĂ©nardier muy desagradable de contemplar. Pues bien: desde que cumplĂ los cuarenta, no sĂ© por quĂ©, creo que mis facciones se están ennobleciendo y que mi cara cada vez se está haciendo más serena, más delicada y, sobre todo, más interesante: cada vez que me miro en un espejo, adrede o sin adredar, veo la cara de una persona con propĂłsito, una persona que tiene un plan en los ojos, rostro mitad de fanático y mitad de Drukpa Kunley (mi Drukpa Kunley siempre está sonriendo con inteligencia). Este asombroso embellecimiento tardĂo de mi cara, aunque puede ser solo psicolĂłgico, basado en que he renunciado a otra Iratxe y he asumido la soledad como descanso y arma de guerra, se está convirtiendo además en una fuente de optimismo. Cuando cogĂ el coronavirus, por ejemplo, en el momento en que me encontraron la neumonĂa en el pulmĂłn izquierdo y estaba cagadito como el gallinita que siempre he sido, me miraba sin embargo al espejo y, asombrado ante la energĂa y obstinaciĂłn de mi cara, me decĂa: "A mĂ no me engañas, pedazo de cabrĂłn: tĂş no tienes la cara de alguien que se vaya a morir enseguida".