SI YA es triste y a la vez divertido que todavĂa haya poetas que piensen que las palabras pueden doblar el mango de las sartenes o partir los troncos de las secuoyas, eso no es lo más triste y divertido de mĂ. Lo de verdad desternillante en mĂ es que, por más que mis mĂşsculos se ablanden, mis rodillas flaqueen, mis muelas crujan, mi vista languidezca o mi estĂłmago parpadee, sigo conservando todos los sueños de los quince años, con el mismo fuego primero, y planeo nuevos sueños y montañas de confeti para el futuro. Parece que mi cerebro no quiere darse por enterado de mi decadencia continua, minuciosa, o, si se da por enterado, solo es para escribir lĂneas como estas, migajas de falsa sinceridad para volver enseguida a usar toda su lucidez en prolongar mi locura. Mi vida es insostenible, yo mismo soy un ser insostenible que ha hecho pasiĂłn de cerrarse las puertas: en lo social soy una persona concluida, incapaz ya de relacionarme; en lo amoroso no me he recuperado de Iratxe y huyo de las mujeres; en lo polĂtico he encallado en un antipatriotismo obsesivo; y en lo fĂsico no soy ni la sombra de aquel muchacho veloz que era apodado “el africano” o “el keniata” en los frontones de Vizcaya. Es difĂcil estar más acabado que yo, y sin embargo, he aquĂ lo divertido, mi mente es una engañadora tan genial que me lanza todos los dĂas al ataque. Da igual que no disponga de victorias en las que apoyarme: nunca he necesitado de ellas para sentirme un triunfador. Por más que avance mi soledad y decaiga mi cuerpo, mi cerebro sigue prometiĂ©ndome una juventud sin fin.