CREO QUE mide 1`80. No conozco su altura exacta, nunca se lo he preguntado, pero la mujer que amo es larga como una lĂnea de Renfe o como una trenza de cebollas amarillas. Ella me jura que ya ha dejado de crecer, pero no me fĂo del todo. Me acerco a su cuerpo con la piel como navaja, queriendo besarla entera y en todos sus azules, pero pronto me voy aburriendo y al de una hora me siento cartĂłn piedra, carne de lunes, derrotado. Quiero besarla al completo pero solo alcanzo a besarla a trozos.
Al principio quise ocuparla sin mayor cuidado, empezando por cualquier parte, como si aquello fuera un centĂmetro o una losa menchevique, pero fue a la segunda semana, despuĂ©s de pasarme cinco horas besando su brazo izquierdo y darme cuenta de que aĂşn no habĂa pasado de la muñeca, cuando comprendĂ que mi novia no es una novia normal. QuĂ© va a ser normal: mi novia es el transiberiano.
No por ello me rendĂ sino al contrario: comencĂ© a trazarle mapas a bolĂgrafo, acordonĂ© zonas de su cuerpo, hice cuadrantes, contratĂ© perros y hasta helicĂłpteros, no escatimĂ© en medios, nada me parecĂa bastante. Hasta me acostumbrĂ© a clavar, cada vez que terminaba mi jornada de besos, un letrero en su piel donde decĂa “PrecauciĂłn: zona de Natalia YA besada”. Gracias a estos detalles y a los turnos intensivos de quince horas diarias, logrĂ© cubrir de besos el 3% de su cuerpo en tan solo una semana, pero tambiĂ©n sufrĂ la lĂłgica fatiga y hasta algunos desfallecimientos, todos producidos por la magnitud de su territorio. Dos labios dan para mucho, pero solo son dos labios. Y lo peor es que ella lo notaba, se da cuenta:
–¿Qué te pasa?
–Nada.
–¿Es por mi altura, verdad?
–No, claro, quĂ© tonterĂa.
Nunca le he dicho nada por este motivo, y ello por cuatro razones, que son las siguientes: una, dos, tres y cuatro. Además, su largura también tiene sus ventajas: ¿Sabéis lo maravillosos que son los abrazos de las mujeres largas? ¿Los habéis probado? Cuando una mujer asà te rodea con sus brazos hasta dar cinco o seis vueltas sobre tu cuerpo, la sensación es indescriptible, uno se siente más abrazado que nunca. También cuenta con otras ventajas:
–Natalia, ¿Me alcanzas la sal?
–¿Qué sal?
–Aquella. La que está seis mesas a la izquierda.
Y la alcanza, no miento, nunca falla. Sus gadcheto-manos son tan portentosas que llegan a todo objeto situado diez metros a la redonda, aunque también conllevan sus problemas, sobre todo en el metro, donde tengo que controlar sus efusividades. El martes pasado, por ejemplo, dio un manotazo sin querer a un viajero que iba en el vagón siguiente, y eso que le tengo dicho que, al menos en los lugares públicos, debe ir con los pies juntos y los brazos cruzados, pero no siempre me hace caso.
AsĂ es mi vida y mi amor con la mujer longilĂnea. Parece complicado pero poco a poco nos vamos acostumbrando. TĂş eres el pequepájaro y yo la jirafaronte, me dice, siempre traviesa y habilidosa acuñando palabrujerĂas. Alguna vez le he comentado que quiero escribir algo sobre su largura y ella me ha respondido que bueno, que le parece bien, que escriba lo que quiera a condiciĂłn de que no exagere. Y yo pienso que eso de que no exagere sobra, Âżno? Porque yo soy un escritor realista y minucioso, casi fotográfico: no se me ocurrirĂa nunca contar un detalle que se desviara un solo centĂmetro de la realidad. Como todo el mundo sabe.