UNA DE las anécdotas más bonitas que he leído nunca es la que refiere Plutarco en el Nicias de sus “Vidas Paralelas”, según la cual algunos soldados atenienses capturados por los sicilianos salvaron su vida porque sabían de memoria versos de Eurípides. Era tal el prestigio de este trágico en Sicilia (no así en Atenas, al menos en vida) que los vencedores dieron de comer y hasta liberaron a los prisioneros que eran capaces de recitar algún trozo de su obra. Esta anécdota suelo traerla mucho a colación cuando me vienen con la recurrente pregunta de para-qué-sirve-la-poesía, pregunta que me molesta porque parece que la poesía necesite valer para incluir en un currículum, igual que los títulos, los másters, los idiomas o la informática, y en caso contrario para-qué-perder-el-tiempo-en-ella, y siempre respondo que su utilidad depende de la posición que haya conquistado en cada lugar y momento histórico. Dice Octavio Paz que así como existen muchas culturas que no han conocido la filosofía o la novela, en cambio hasta en la tribu más perdida de África o la Amazonia existe poesía, lo mismo entre los comanches que entre los esquimales, constatación esta que me hace decir a veces que la poesía, más que útil o necesaria, es inevitable. Pero existen sociedades cazurras donde no goza de mucha importancia, y la poca importancia se prueba precisamente en que te vengan con la pregunta de para-qué-sirve, y en cambio existen otras sociedades donde disfruta o llegó a disfrutar de la más alta. Tanta, que hasta podías salvar la vida si te sabías de memoria versos de Eurípides.